jueves, 16 de diciembre de 2010

Un golpe de suerte

“Soy, un tipo tranquilo. Tratando de no hacer mal y ser buen amigo. Yo soy uno más. Uno de tantos. En busca de ser feliz de vez en cuando”. Cantaba ese picante del Luis Jara mientras un coro de enfermeritas bastante enfermitas le seguían el ritmo en una sinfonía de desafinaciones y risotadas vulgares. ¿Cómo podría sentirme identificado con esa canción? No soy tranquilo, hago el mal, no tengo amigos y claro está que no soy uno de tantos. Doctorcito, ¿No le gusta el Lucho? me dijo la más ordinaria y robusta del pabellón. Me gusta muchísimo Doña Carla. Uno puede ser malo, pero no hay para que dejar de ser diplomático. Me llamo Carola, no Carla. ¿Está usted segura? dije molestándola. No hay nada más divertido que confundir a los plebeyos con ese tipo de preguntas. Estoy casi segura que me llamo Carola, Doctorcito. Que risa, son tan obedientes las chinas del hospital que incluso se lo cuestionan. Que me importa si se llama Carla, Carola o Carolina, para mi es la gordita que deja hediondo a pachulí todo el hospital. No es que tenga algo particular en contra del pachulí, la verdad es que lo prefiero antes que esa mezcla de olores que emerge del tumulto de moribundos medios vagabundos que asisten con cara de corderos degollados al Hospital. Y no se crean que llega gente como uno, no no no. Servicio público no más. No se para que vienen acá fíjense,  deberían ir al servicio de sanidad animal, si se enferman por toda la mugrería que llevan en el cuerpo.
 “ y con el tiempo de caminar fui aprendiendo, ahora se que puedo llegar si me da el tiempo” seguían cantando las pelo chuzo. “Doctor Larraguizábal, preséntese con urgencia a cirugía”. Otro más que se va para el patio de los finados pensé, y justo para la hora de la comida. ¡Vamos equipo, ánimo! ¡Hay una vida que salvar! Le dije a los púberes internos quienes me seguían como si fuese una especie de ser divino. Me caían bien esos muchachos. Bajamos aceleradamente por las escaleras, llegamos al pasillo principal  gritando y armando escándalo. Éramos los dueños del lugar, éramos aquellos que salvaban vidas. Había que dejarlo claro.
Entré como un loco a la sala de cirugía. Preguntando la hora y los antecedentes del futuro cadáver. Tiene un disparo en el sector del abdomen, parece que la bala se ha incrustado en el hígado. No tenemos cómo parar la hemorragia. Dijo la más buenamoza de todas las enfermeras. Un tanto más tranquilo miré mi reloj para tratar de adivinar la hora de defunción. Era mi juego preferido, nunca perdía. A este delincuente le quedan 5 minutitos calculé.
¡Que no cunda el pánico queridos internos! El Doctor Larraguizábal les dará una clase maestra de reanimación. Dijo el cretino Doctor Henríquez. Que desgraciado, había convocado a medio hospital para ver mi inminente fracaso. Le tenía pánico a las heridas de bala, y él lo sabía. El cuerpo se encontraba envuelto en sangre y enchufado a un respirador artificial. Los internos miraban con una dulce cara de asombro, esperando que hiciera algún truco de magia para resucitar a ese desdichado hombre.
Señorita arsenalera, me pasa el bisturí por favor. Mis manos temblorosas arrojaron la bandeja de utensilios al suelo. ¡Tenga más cuidado! ¡No ve que hay una vida en juego aquí!, le grité prepotente a la joven. Esa vida era la mía.
El Doctor Henríquez mantenía su desagradable sonrisa hiperquinética, expectante a cualquier error.   La sangre chorreaba por todos lados, mis manos empapadas se resbalaban tratando de encontrar la bala, mientras en mi cabeza, no paraba de sonar la horrenda música de Luis Jara. “Soy un caso perdido, luchando para quebrarle la mano al destino” algo de sentido estaba adquiriendo la letra de Lucho. Efectivamente estaba ahí, asustado, en la inmensidad de la soledad pero en actitud combatiente, buscando esa maldita bala, para luego tirarla en la aceitosa cara del infame Henríquez.
Traté de seguir atento la melodía, quizás me daba fuerzas para superar esta humillación pública. “y con el tiempo de caminar fui aprendiendo, ahora se que puedo llegar si me da el tiempo” cantaba en mi interior, buscando algo, un evento inesperado que me salvara de esta situación. “Un golpe de suerte” eso era lo que necesitaba, encontrar esa bala antes de que el cuerpo se enfriara. ¡La toqué! Había tocado ese escurridizo pedazo de metal, pero se había resbalado, estaba perdido.
Una pequeña explosión seguida de un corte de luz detuvieron mis desperados lamentos. Los generadores no funcionan gritó el bedel. Se cortó el respirador artificial chilló histérica la arsenalera. ¡Se va a morir, se va a morir! Gritaban los internos más cobardes. En efecto, el herido de bala empezaba a ahogarse en su propia sangre, no había nada que hacer. Gracia a Dios no era culpa mía.

Atte
Doctor José Pedro Larraguizábal

1 comentario:

  1. Que simpático que es usted señor Larraguizábal. Déjeme decirle que es poseedor de una suerte especial.

    Mis saludos.

    PD: Le recomiendo cambiarse al sector privado. Arranque de la chulería lo antes posible.

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